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La última aldea «roja» de China


27 Diciembre 08 - Ángel Villarino

Nanjie (China)- La monumental entrada de Nanjie, en la provincia de Henan, está adornada con un arco iris de cemento una gigantesca estatua de Mao Tse Tung y los enormes retratos de cuatro líderes que cada vez es más difícil ver en el resto del mundo: Marx, Engles, Lenin y Stalin.
La ciudad les rinde tributo y practica las enseñanzas de una sociedad sin clases, donde la propiedad pública es protagonista y donde no es posible encontrar los lujosos negocios, carteles publicitarios, restaurantes, hoteles y empresas que florecen por toda China. Transitar la avenida principal de esta localidad de 8.000 habitantes es un viaje al pasado. Por sus seis carriles apenas circulan automóviles y los pocos que pasan los manejan visitantes llegados desde otros puntos del país. La población local se mueve con viejas motocicletas, bicicletas y carros de pedales. A los dos lados de la calle surgen tiendas colectivistas, de propiedad pública. En el suelo ni hay ni rastro de basuras ni un papel ni una colilla de cigarro.
«Es de todos y lo tenemos lo mejor cuidado posible», asegura Tuan, dirigente de la empresa pública que coordina todas las industrias, mientras se agacha para recoger un hueso de manzana del suelo y depositarlo en una brillante papelera de aluminio. Nanjie decidió no emprender las reformas económicas que se extendieron por China en los años 80 y sobrevive como una rareza que ha despertado incluso el interés turístico de cientos de miles de chinos. El libre mercado tienta a los habitantes de Nanjie a pocos metros de las puertas de la ciudad, donde se han instalado cientos de comerciantes que hacen lo que está prohibido al otro lado del muro urbano.
El único negocio privado que tiene acceso a la ciudad son los taxis particulares, que recorren las calles a toda velocidad en busca de clientes. A simple vista, el comunismo ortodoxo funciona en este último reducto chino. Más de 20 fábricas, los comercios estatales y la administración pública dan trabajo a sus habitantes, quienes gozan de vivienda gratis, trabajo asegurado y pensiones.
«Los sueldos no son altos, pero aquí no hace falta mucho dinero para vivir», asegura la dependienta de un negocio de artesanía, embutida en su uniforme oficial del maoísmo. Los objetos que pueden comprarse en las vacías tiendas estatales de Nanjie tienen poco que ver con los que desbordan los centros comerciales del resto del país. Son artículos de factura cuidada y buena presentación, pero a precios altísimos para la media china.
Los trabajadores perciben entre 700 y 1500 yuanes mensuales (unos 180 dólares de media), una cifra similar a la que se paga en la capital del condado, Luohe. Además, reciben vales para los supermercados y restaurantes, y todas las facilidades públicas de un Estado comunista ortodoxo.
«Todo lo que ves, excepto los adornos, es propiedad pública. También la televisión», explica Rui en el interior de su casa, un vistoso apartamento con tres dormitorios, idéntico a los del resto de sus vecinos. «Nanjie la construimos todos juntos y vivimos todos igual. Desde los muebles hasta el televisor, todo es propiedad pública», explica Tuan. La prosperidad y armonía de Nanjie despierta el interés de trabajadores de toda la región, que acuden con la esperanza de entrar en este paraíso socialista mientras «algunos jóvenes se van a estudiar a la universidad y ya no regresan», explica una joven. Los residentes no sufren limitaciones para entrar o salir de la ciudad ni para comprar en las tiendas de los alrededores. «Si eres rico, puedes ir a Luohe y comprarte un coche», afirma la dependienta de la tienda de artesanía.
La Razón

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