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Refugiados sirios: Jalto y sus cuatro nuevas familias


150.000 refugiados sirios se han instalado en casas particulares del Líbano ante la ausencia de campos de refugiados

Las gélidas temperaturas y la penuria económica ya están conllevando la aparición de enfermedades

El 78% de la comunidad refugiada está compuesta por mujeres y niños y la cifra total podría duplicarse de aquí al verano


Un niño sirio, en la cocina de la casa de Baalbek en la que se ha refugiado junto a 20 familiares. (M.G. P.)

Hacerse escuchar en el salón de la casa de Umm Qasem resulta todo un reto. En los apenas 15 metros cuadrados, flanqueados por oscuros sofás de terciopelo y pequeñas mesas destinadas a servir té, se concentran una veintena de refugiados sirios de ropa gastada y mirada perdida, y la puerta principal, que desemboca en la calle, nunca termina de estar cerrada. Algunos rostros agotados vienen de visita, otros buscan una ayuda en forma de ropa, comida o mantas que Umm Qasem, conocida por los refugiados como jalto –tía, en árabe- distribuye cuando dispone de ello.
La modesta vivienda de Baalbek donde Umm Qasem y su marido han pasado la mayor parte de sus vidas consta de cuatro habitaciones (un salón y tres dormitorios de muros desconchados y manchas de humedad), una cocina y un baño. Hoy, la pareja y su única hija no casada ocupan una de ellas, mientras que tres familias sirias han tomado las dependencias restantes, conformando una masiva familia de más de 20 personas a la que pronto se sumarán nuevos miembros: Abu Mejid, que acaba de llegar al Líbano huyendo de la guerra, busca un lugar donde albergar a su esposa y cuatro hijos. Umm Qasem ha decidido instalarles en la gélida cocina. “Es la única habitación que nos queda”, dice. “Y además, mientras se cocina dentro, suele ser la más caliente de la casa”.
La solidaridad de libaneses como Umm Qasem y su familia, a menudo sometidos a una penuria económica equivalente a la de sus huéspedes, es la única salida para decenas de miles de refugiados sirios, que 20 meses después de la revolución que derivó en guerra civil han visto diluirse sus ahorros en intentar mantener a sus familias en los países a los que huyeron. A aquellos que no encuentran ni siquiera una habitación por caridad, sólo les queda adquirir o improvisar, con madera y plásticos, tiendas de campaña donde guarecerse de las bajísimas temperaturas de la montaña libanesa. No hay trabajo, son pocas las ONG que centran sus esfuerzos en esta comunidad que sólo en el Líbano está compuesta por 150.000 personas (el 78% de ellas, mujeres y niños) y el ACNUR, por boca de su responsable Antonio Guterres, dejó claro el pasado viernes 14 que no está por la labor de poner remedio a la situación.
“La generosidad de los libaneses es un ejemplo para el mundo”, alabó el comisario de la ONU para los refugiados. Guterres llegó a pedir un aplauso para los periodistas libaneses presentes en la rueda de prensa, ejemplificando en ellos a un pueblo que ha acogido en sus casas a familias necesitadas y aterrorizadas sin ninguna esperanza. Pero no explicó cómo podrán esas familias seguir manteniendo a los 150.000 refugiados que han encontrado asilo en el país del Cedro y que llevan más de un año siendo una carga económica y emocional para los libaneses. Tampoco detalló cómo podrán acometer los gastos de ropa, calefacción y combustible ahora que el invierno se ha instalado, en forma de nieve y temperaturas que rondan los cero grados, en el norte y este del Líbano, o cómo podrán hacer frente a los refugiados futuros, dado que quienes huyen siguen cruzando las fronteras de forma diaria: se estima que 1.500 civiles sirios lo hacen a diario.
Umm Qasem muestra una de las habitaciones de su casa, donde acoge a una familia siria. (Mónica G. Prieto)
Hace pocas semanas, la ONG Save the Children denunciaba la incompetencia de la comunidad internacional a la hora de hacer frente al drama sirio, y en especial el de sus refugiados. Según la organización sólo el 50% de la ayuda requerida para asistir a menos de 400.000 ha sido recabada. Son necesarios otros 200 millones de dólares para impedir que niños sirios que han huido con sus familias del país mueran este invierno de frío y hambre. A aquéllos registrados ante sus oficinas, la ONU da una ayuda de 25 euros mensuales por familia. Quienes, por miedo, prefieren no desvelar su presencia en el país dejan su destino en manos de la caridad, esperando que alguna de las ONG que aportan ayuda les contacte.
“La comunidad internacional debe aunar los esfuerzos diplomáticos y de seguridad con fondos para ayudar a los niños”, decía el consejero delegado de Save the Children UK, Justin Forsyth. “A menos que aumente la financiación, miles de niños van a pasar un duro invierno sin refugio adecuado contra el frío, y muchos de ellos enfermarán como resultado”. El ministro de Salud libanés ya ha denunciado los primeros brotes de tuberculosis entre la comunidad refugiada y también entre las familias que la acogen.
Las ayudas, básicamente de ONG islámicas y de los regímenes de Qatar y Arabia Saudí -recientemente repartió 100.000 mantas- son puntuales. El Gobierno de Beirut –próximo a Bashar Assad- no reconoce oficialmente la existencia de refugiados sirios en su territorio –los considera algo así como invitados- en un claro intento de quitar hierro al drama que vive el país vecino y también de desatender sus obligaciones internacionales con los refugiados. La crisis siria se ha convertido en un problema político, y los líderes toman decisiones según los intereses de partido, no según las necesidades de la población. No hay campos de acogida en el Líbano ni ayuda oficial para las víctimas de la guerra siria, lo cual deja el peso de mantenerlas en manos de la población de Akkar y Bekaa, las dos regiones que comparten frontera con Siria y también las más empobrecidas del país del Cedro.
Imagen de un terreno ocupado por tiendas de campaña cerca del puesto fronterizo de Masnaa, en Líbano. (M.G.P.) 
La mirada de Abu Ali, de 42 años, refleja una multiplicidad de sentimientos. Miedo, humillación, desconfianza, fragilidad… pero también dignidad. Este conductor de camiones -25 años al volante, presume- ocupa, junto a su mujer y sus cuatro hijos, una de las habitaciones cedidas por Umm Qasem. “Venimos de Ghouta, en la provincia de Damasco. Mi zona es chií, y huíamos de los bombardeos. El Ejército Libre de Siria [facción desertora] entró en el barrio y emprendió ataques desde zonas civiles para exponernos a los bombardeos del régimen. Como no tenemos familiares en otros puntos de Siria, decidimos salir del país”.
Su viaje, cuenta este conductor chií –una minoría religiosa que constituye el 2% de la población sin contar el 10% de alauíes, la rama del chiísmo seguida por el régimen, y que como parte del resto de minorías han cerrado filas en torno al régimen de Bashar Assad ante el temor de que un cambio político que de el poder a los suníes, el 70%, derive en su aislamiento- fue una odisea. Se produjo hace dos meses y él y su familia salieron con lo puesto, así como con los ahorros de toda una vida. “En Siria me habrían bastado para sobrevivir un año entero, pero aquí se han acabado en 15 días”.
El y los suyos carecen de ropa de abrigo con la que pasar el glacial invierno del valle de la Bekaa. Su supervivencia depende de la única estufa de gasoil que le ha cedido Hizbulá, el Partido de Dios chií libanés, único responsable en el valle de la asistencia a los refugiados que se registren en sus oficinas. “Calculamos que en el valle de la Bekaa tenemos inscritas a unas 500 familias chiíes , casi todos provenientes de Hama y Damasco. Pero también calculamos que hay un millar de familias suníes que no se han registrado”, explica uno de los responsables de la organización en Baalbek. La constancia de que miembros del partido chií libanés ayudan al régimen activamente en los combates ha generado un temor reverencial entre los suníes sirios hacia Hizbulá, cuyo líder defiende activamente al dictador sirio.
En la cocina de Umm Qasem, un sofá espera ser ocupado por una cuarta familia. (Mónica G. Prieto)
En la vivienda de Umm Qasem, un reloj con el rostro de Hassan Nasrallah marca la hora. Abu Ali Husein, de 41 años, ocupa, con su esposa y cinco hijos, otra de las estancias de la casa. “Llegamos hace tres meses, porque antes de la llegada del ELS no había tanto conflicto como en otras zonas del país”, afirma. Este obrero de la construcción relata cómo el ELS se presentó un día en la vivienda familiar y secuestró a dos de sus primos. “Consideraban que trabajaban para el Muhabarat –la Inteligencia siria- pero cuando consideraron que la acusación no era cierta les liberaron”. Abu Ali Hussein utiliza un lenguaje sectario para referirse a los suníes del ELS, y Abu Ali interviene molesto. “Esto no ayuda. No tienen la culpa ni los chiíes ni los suníes”, dice suscitando las protestas del resto.
Ambas familias, chiíes, eligieron Baalbek para refugiarse por miedo a ser objeto de ataques por parte de la comunidad suní libanesa. El sectarismo que siempre envenenó el Líbano ha aumentado a raíz de la crisis siria, y en la Bekaa, de mayoría chií y controlada por Hizbulá, los refugiados chiíes y alauíes se sienten más seguros, como los refugiados suníes suelen creerse más protegidos en Akkar, de mayoría suní, pese a los combates fronterizos entre el Ejército Libre de Siria y el Ejército regular de Assad. Son éstos quienes reciben la escasa colaboración en forma de alimentos básicos y mantas que envían las potencias suníes -Qatar y Arabia Saudí especialmente- porque incluso la ayuda humanitaria es objeto de sectarismo en el Líbano.
En el otro extremo de Baalbek, otras tres familias ocupan una humilde y helada vivienda de tres habitaciones, una por habitación. En total son 20 personas (la mitad niños, entre ellos dos bebés) vinculadas entre sí por el apellido que comparten. Todo el mobiliario consiste en colchones dispuestos contra la pared a modo de sofás, un pequeño mueble con un televisor, un reloj –una vez más con la imagen de Nasrallah- y una cuerda que cuelga de varios clavos improvisando un tendedero.
Los refugiados comparten la cocina y el baño, y a diferencia de los huéspedes de Umm Qasem, pagan 200 dólares al mes a modo de alquiler. “La verdad es que esta casa no vale ni 100.000 libras mensuales [unos 65 dólares]”, explica el representante de Hizbulá. “Pero los precios han subido mucho a causa del incremento en la demanda de alquileres”. Ya ocurrió en Damasco con la llegada masiva de refugiados iraquíes, cuando los alquileres se dispararon devorando en cuestión de meses ahorros de toda una vida. Como ocurre hoy en el Líbano, los refugiados no tienen oficialmente derecho a trabajar pero la necesidad les lleva a ofrecerse como mano de obra a precio de saldo. Ello ha incidido en un mayor desempleo entre los libaneses, y así en más inquina a costa de Siria.
Shabaan y su familia, en la casa de Baalbek donde se ha refugiado. (M.G.P.)

Shabaan, sastre de 22 años, es un kurdo chií que decidió abandonar Tariq al Bab, en Aleppo, cuando la llegada del ELS generalizó los combates. Ahora trabaja en uno de los mataderos en Baalbek para pagar los gastos de su familia, incluido un bebé de tres meses de edad envuelto en mantas en la única habitación de la que disponen. “Vivíamos en un barrio radical suní y nos sentíamos amenazados. Hubo muchos bombardeos, no habia pañales ni leche infantil, así que decidimos huir con otras 10 familias en un autobús”.
El primer mes, la familia de este sastre vivió de sus ahorros, pero se inscribieron rápidamente en las oficinas de Hizbulá para recibir ayuda. A sus primo y a su tío –cabezas de las otras dos familias que ocupan la construcción- ya les han llegado las estufas de gasoleo que calientan la casa –en el Líbano, los cortes en el suministro eléctrico son contínuos- pero Shabaan aún espera su turno. “Otras familias reciben unos 100 dólares como ayuda para el alquiler, otros 100 para gastos mensuales y les dan bonos para ser tratados de forma gratuíta en los hospitales de Hizbulá”, explica ante la atenta mirada del delegado del partido. Su sobrino Mahdi, apenas un mes de edad, nació en Baalbeck en una de esas clínicas.
Sus padres se quedaron en Alepo, y no tiene información sobre ellos. “Me da miedo lo que haya podido pasarles. Todo el mundo habla de secuestros y asesinatos, aunque personalmente no sé de ninguno”, afirma acerca de los crímenes atribuidos a los grupos armados del ELS, algunos de los cuales están cometiendo exacciones similares a las que cometen las fuerzas del régimen.
Un niño sirio, ante la tienda de campaña donde reside con su familia en el Líbano. (Mónica G. Prieto)
“Tuvimos que cruzar todo Siria para llegar aquí, pero en el Líbano nos sentimos más seguros que en Turquía porque somos kurdos”, aclara Shabaan mientras acaricia el corto pelo a uno de los niños, aterido y con el rostro sucio. Turquía, con 140.000 refugiados, acoge 14 campamentos: Jordania tiene tres para una población de 145.000 sirios e Irak tiene otros tres para acoger a sus 65.000 huéspedes, según las cifras de la ONU. El resto, unas 12.000 personas, se han instalado en países del norte de Africa como Egipto. Las previsiones indican que esas cifras, ya inasumibles para los países de acogida, aumentarán en los próximos meses: el ACNUR calcula que, el próximo verano, el número de refugiados en Líbano podría alcanzar los 300.000, lo cual implicaría casi un 8% de la población total.
Sin embargo, Shabaan no es partidario de instalarse en un campamento de refugiados. “Lo único que queremos es vivir con dignidad, y regresar a nuestro país, con nuestro presidente”, dice este partidario de Bashar Assad. Abu Ali Hassan también rechaza la idea de vivir como un refugiado. “Aquí nuestra situación es lamentable, porque dependemos de la caridad de los vecinos, pero cualquier cosa es mejor que un campamento. Puede que la ayuda se acabe en cualquier momento, y entonces será el momento de regresar. Por mí, volvería hoy mismo a Siria, pero este conflicto ha destrozado el país”, se lamenta Abu Ali.
El hecho de que los sirios, que hace sólo cinco años acogieron de forma masiva –y y también de forma individual, en familias- a casi dos millones de refugiados iraquíes sólo llena de amargura al conductor. “De amargura y de humillación. Hemos acogido a palestinos e iraquies durante décadas, y ahora los países árabes destrozan nuestro país en un conflicto destinado a partir Oriente Próximo de forma sectaria”, razona.
Periodismo Humano

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